A
mis 30 años estoy de regreso a mi hogar, donde te conocí, donde me enamoré de él.
Cuando el autobús se detiene, pero no puedo poner un pie en tierra. Tengo miedo; un miedo irracional de regresar a mi yo de antes, de verle ahora ya que…
Cuando el autobús se detiene, pero no puedo poner un pie en tierra. Tengo miedo; un miedo irracional de regresar a mi yo de antes, de verle ahora ya que…
Incluso
ahora, dieciocho años después, recuerdo aquel prado en sus pequeños detalles.
Recuerdo
el verde profundo y brillante del césped medio cortado donde solíamos descansar después de haber caminado por horas; desde que
me fui no he podido olvidar las pequeñas flores que brotaban cada año, el cielo de un tono gris tenue cuando esta apunto de llover. Las
nubes largas y estrechas que bajan haciendo un poco de neblina.
Las
hojas secas de los árboles que caían conforme el viento les ordenaba; en
la lejanía se oía el cantar de una pequeña ave. Era un canto tan tenue que parecía venir desde muy lejos. No se escuchaba nada más. Ningún otro ruido
llegaba a nuestros oídos mientras caminábamos tomados de la mano.
Ted
me hablaba de un nuevo sueño, su idea de viajar a lugares lejanos y conocer
nuevas culturas. Viajar donde nadie había viajado y comer lo que nadie había
comido.
La
memoria es algo extraña. Mientras estuve allí en aquel entonces, apenas presté
atención al paisaje. No me pareció que tuviera nada de particular y jamás
hubiera sospechado que, dieciocho años después, me acordaría de ese prado hasta
en sus pequeños detalles. A decir verdad, en aquella época a mí me importaba
muy poco el paisaje. Pensaba en mí, pensaba en el hombre que tomaba mi mano esa
mañana gris, pensaba en él y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Ya que lo
quiera o no estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, pensara lo que pensase,
al final, todo volvía al mismo punto de partida: YO.
No,
no estaba en disposición de admirar el paisaje que me rodeaba al lado de la
persona que amaba. Pues estaba en uno de los momentos que marcan tu vida, el
hecho de que la persona que amas te amé con la misma intensidad y devoción te hace olvidar todo alrededor.
Sin
embargo, ahora la primera imagen que se presenta en mi memoria cuando pienso en
mi hogar es la de aquel prado.
Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Ted, ni estoy yo. «¿Adónde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir esto de un día para otro? Todo lo que parecía tener más valor —Ted, mi yo de entonces, nuestro pequeño mundo, nuestro amor— ¿cómo se pudo ir así?» Conservo un prado sin protagonistas.
Aunque... lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Ted.
Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Ted, ni estoy yo. «¿Adónde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir esto de un día para otro? Todo lo que parecía tener más valor —Ted, mi yo de entonces, nuestro pequeño mundo, nuestro amor— ¿cómo se pudo ir así?» Conservo un prado sin protagonistas.
Aunque... lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Ted.
Puedo
tomarme el tiempo suficiente para pensarlo y revivir su imagen. Sus ojos color
café oscuro; Sus manos grandes y rasposas por el trabajo día a día, los labios
carnosos, suaves, el lunar que tenía debajo de estos; el elegante abrigo largo
que usaba siempre en otoño; también su costumbre de mirar fijamente a los
ojos cuando hacía una afirmación, siempre tan seguro de sí mismo. Al poner estas
imágenes por separado, su rostro se representa en mi mente lentamente. Primero
se dibuja su perfil; tal vez porque Ted y yo solíamos caminar uno al lado del otro tomados de la mano. Después él se vuelve hacia mí, trata de ser el gracioso y yo le doy un golpe para callarlo.
Me
lleva tiempo resucitar todo. Y conforme pasen los años, más tiempo me
llevará. Es triste, pensar que pronto su rostro desaparezca de mi memoria para
siempre. Al principio era capaz de recordarlo en cinco segundos sin olvidar
ningún detalle, luego éstos se convirtieron en veinte, en treinta segundos, en
dos minutos y ahora tengo que rebuscar en mi memoria momentos en los que ambos
estemos presentes para así poder asociarlo todo, aunque muchas de esas escenas
aparecen en aquel prado, aparecen en mi mente una y otra vez como si fuese una
película de mala producción.
Antes
pensar en mi hogar era pensar en Ted. Pase gran parte de mi vida esperando a
que llegara conmigo, diciendo algo como “-lo siento, se me hizo tarde-” o “-perdí
el tren-” pero no fue así. Lo espere el tiempo suficiente para madurar y darme
cuenta de que no volvería a verlo.
Ahora...
Ahora...
¿De
qué me estaba hablando él?
Ha
si... De su idea de una vida viajando conociendo diferentes lugares y culturas,
curioso es el hecho de que nunca pudo hacerlo, jamás pudo cumplir su sueño como
quiso.
Nunca
salió de su hogar por miedo a perderse en la multitud, miedo de no poder ser
tan bueno como lo era aquí, no quiso seguirme cuando tomé el tren hacia la
ciudad y prefirió quedarse en el pequeño pueblo donde ambos crecimos. Su miedo
pudo más que su amor hacia mí y el amor hacia sus sueños.
Pensar
en Ted antes también producía un eco en mi estómago, un eco que también se borró
con el tiempo; así como se ha ido borrando todo lo demás. Tengo el presentimiento de que veré a Ted en
las semanas que esté aquí, pero no estoy segura de poder reconocerlo. Evite tanto
este momento, buscando excusas, trabajos extras en vacaciones o buscando amigos
extraños con los cuales pasar un rato.
En
el taxi bajó la ventanilla, el aire frío entra por la ventana, miro
al conductor esperando a que reclame algo pero no hace protesta, está tan metido en sus pensamientos como yo. El camino ha cambiado en
pequeñas cosas, algunas casas abandonadas y algunas tiendas monstruosas que
surten a grandes cantidades.
–¿es
la primera vez que viene? – me pregunta el conductor del taxi en cuanto damos
una vuelta en U
–no,
antes vivía aquí–le contestó–. Aunque no muchas cosas han cambiado
–los
pequeños pueblos siempre serán pequeños pueblos–comenta el conductor
–eso
es lo que me encanta, vivir en la ciudad es un constante cambio.
Cuando
el taxi se detiene le pagó al conductor y me quedo de pie unos segundos mientras se retira. La casa
de mis padres parece la misma de siempre, aunque con más plantas y más verde
opaco. Doy unos pasos cargó la maleta pues con las ruedas entre las piedras
nunca podrá pasar.
–¡estas
aquí! – mi hermano Josh corre a darme la bienvenida, me aprieta contra él y me
agita como si fuese un peluche.
–suéltame
loco– le digo pataleando
Detrás
de él salen mis padres quienes también parecen felices de verme. Me hablan
sobre la cosecha de la semana, el clima, como mi hermano casi se gana la
lotería, como mi papá se cayó del techo hace unos meses.
Y
así como así recuerdo la verdadera razón por la que vine… mi familia.

Original de: Diana Cecilia Vargas Gonzalez
Historia registrada.(Ceci VG)

Original de: Diana Cecilia Vargas Gonzalez
Historia registrada.(Ceci VG)
Cualquier copia de este escrito quedará penalizado.